Sobre la
eutanasia, el mar adentro y el mar de fondo
por Miguel
Lluch
¿Hay que legalizar
la eutanasia? ¿Puede un hombre decidir que su vida ya no vale y que debe
quitársela? y, más concretamente, ¿cuando una persona piense eso, tenemos que
ayudarle a hacerlo?
La respuesta general en la historia de
la humanidad conocida es que no, salvo en tiempos muy antiguos o en periodos
cortos en países dominados por regímenes totalitarios. De hecho, la eutanasia no
está legalizada, ni se echaba de menos el que no lo estuviera, ni habíamos
hablado, oído, leído y pensado sobre ella nunca tanto, hasta hace poco tiempo.
Pero la respuesta de los que más influyen en la opinión pública es que sí. Los
que quieren legalizar la eutanasia creen que esa opinión general debe cambiar y
que se debe introducir la novedad de que matarse es un derecho del hombre, que
nadie puede obligar a otro a seguir viviendo si no quiere.
La cuestión más importante es que esta
presunta novedad no está siendo predicada por un grupo de extraños, sino por
personas bien organizadas y con muchos medios para influir en la opinión de los
demás. Como quienes quieren introducirla tienen mucha influencia, lo que se está
planteando no es simplemente un debate teórico sobre la bondad o maldad de la
eutanasia, que pasará como una tormenta de verano. Lo que se está planteando es
alcanzar el objetivo cuanto antes y, por tanto, su afirmación de la eutanasia
lleva consigo que hay que organizar las cosas de tal manera que quien quiera
quitarse la vida reciba los medios y las ayudas necesarias de todos para
hacerlo. Y que quien se oponga a ella esté fuera de la ley. Y van en serio. Si
la película “Mar adentro” ha tenido tanto éxito es que hay mar de
fondo.
Por eso, porque me parece que la cosa no
es casual y va a durar, quiero plantear aquí algunas cuestiones que puedan
servir a quien quiera ¿De qué estamos discutiendo en realidad? Si la cuestión en
debate es simplemente la libertad de una persona para hacer algo, pienso que
nadie puede negarlo. Sencillamente la persona es un ser libre y nadie puede
negarle ese modo de ser. Nadie está negando la libertad de las personas. Esa no
es la cuestión en el debate de la eutanasia. Sin negar esa realidad de la
libertad personal, hay cosas que prohibimos hacer y otras cosas que obligamos. Y
todos, tanto los que quieren la legalización de la eutanasia como los que no,
con mayor o menor gusto, pero libremente, procuramos cumplir con estas
prohibiciones y obligaciones. Es decir, obligar o prohibir a seres libres es
algo corriente y aceptado en nuestra sociedad. El objeto de la discusión sobre
la legalización de la eutanasia no es la afirmación o la negación de que la
gente sea libre.
Discutimos si conviene introducir una
ley que permita a una persona decidir acabar con su propia vida. Los que quieren
introducir esta ley insisten en el derecho de autonomía del individuo. Quisiera
recordar ahora que nadie está solo, que vivimos en sociedad y que la sociedad es
la casa de todos. En realidad hay que pensar socialmente y más todavía si se
trata de aprobar o no una ley que va a orientar la vida social, la de todos. No
permitiríamos a un hombre que incendiara sus bosques aunque él nos dijera que
quiere incendiarlos porque sus bosques son suyos. Y esto porque vivimos todos en
el mismo pequeño mundo y porque la vida y la muerte de los bosques nos afecta a
todos. Mucho más valiosa que la vida de un bosque es la vida de un ser humano.
Entonces, antes de permitir y ayudar con una ley a alguien que quiere quitarse
la vida, habría que preguntar si su vida ya no vale para nadie. Si alguien dice
que quiere quitarse la vida, entonces seguramente habrá varias voces que le
contesten: “Aunque no te encuentres a gusto viviendo, sigue viviendo, por favor.
Nosotros te queremos, no queremos perderte”. Puede que se escuchen esas voces,
pero si lo que se quiere es hacer una ley para que ese acto se introduzca en
nuestra sociedad, entonces se escucharán muchas más voces: “No hagáis una ley
que permita matar a quien ya no ve claro que tenga que seguir viviendo, porque
eso nos hace daño a todos”. Nos hemos acostumbrado a pensar en la persona como
un ser aislado. Y eso hace que veamos la vida humana con una perspectiva muy
estrecha y, lo que es más grave, antropológicamente
falsa.
Hay otra cuestión muy importante para
debatir: la costumbre asentada de reaccionar democrática y respetuosamente ante
cualquier cosa que se nos pregunte. Aunque sea la cosa más terrible del mundo,
nos viene a los labios la frase siguiente: “Yo no lo haría, pero si alguien
quiere hacerlo, yo no debo impedírselo”. Este es un principio acuñado en
nuestros subconscientes que también hay que repensar. Igual que, por falta de
ejercicio, nuestros músculos se pueden estropear, también por dejar de pensar se
puede llegar a atrofiar nuestra capacidad de hacerlo. A veces es más cómodo
tener frases hechas y evitarse así el esfuerzo de pensar por uno mismo. Pero
cuando se trata de la vida y la muerte de alguien, y de la aprobación de una ley
que va a hacer efecto mortal en muchos seres humanos, se puede pedir ese
esfuerzo. Tenemos la obligación de pensarlo seriamente. Nadie te está apuntando
con una pistola y gritándote: ¡Arriba las manos! Tienes tiempo para pensar lo
que quieres hacer. Propongo que quien quiera evitar caer en esta respuesta
cómoda con la velocidad hipnótica con la que a veces la usamos, puede plantearse
la pregunta así: “¿Por qué tú no lo harías?, eso es lo que te estoy
preguntando”. Entonces, si se te pregunta: ¿Quieres que haya una ley de la
eutanasia en nuestro país? No respondas, por favor: “Yo no la quiero para mí,
pero si alguien quiere hacerla yo quiero que la haga”. ¿La quieres o no la
quieres, te parece una cosa buena o mala? Eso es lo que se te pregunta. No se te
está preguntando si respetas a los demás o si eres demócrata, ni un encapuchado
te está gritando que levantes las manos.
Otra pequeña pero interesante cuestión.
Cuando te plantees la conveniencia de la legalización de la eutanasia no te
quedes cómodo si dices: “Sí. Quiero esa ley. Pero cuidado, solamente para que se
aplique en casos muy excepcionales y tremendos”. Los que quieren introducir la
eutanasia recurren al argumento blando y te proponen: “Tengamos piedad y dejemos
que se quite la vida en este caso tan extremo”. Pero te propongo que recuerdes
que nada en la historia se queda parado. Todo lo que se siembra va creciendo: lo
bueno y lo malo. Lo que empieza siendo excepción puede acabar por normalizarse.
Si lo que siembras quieres que sea “sólo en casos excepcionales”, es porque no
lo consideras bueno.
No siembres lo que consideras mala
semilla para ti en la sociedad donde estás tú y todos los demás. No dejamos la
puerta de nuestra casa abierta por si en algún momento, como un caso
excepcional, alguien bueno y necesitado de ayuda tuviera que entrar en ella sin
poder llamar antes al timbre. La puerta de tu casa la cierras sin pensar en los
casos excepcionales. Pues no abras esa puerta a la eutanasia, aunque te parezca
que sólo la abres un poco, sólo “para casos excepcionales y extremos”. Luego tú
te vas, con todas tus buenas intenciones y llegan otros, que podrían no tener
tan buenas intenciones, y se encuentran abierta la puerta de tu casa. Y la
planta de la eutanasia se va extendiendo y no valdrá decir: “Yo sólo abrí la
puerta para casos excepcionales y tremendos, están abusando de mi aprobación. Me
han engañado. Yo no quería esto”. ¿Quién te asegura que no venga alguien después
diciendo que los enfermos graves no son más que una carga económica para el
Estado? ¿Quién decidirá después qué casos eran los excepcionales y tremendos? Yo
no lo sé, pero una vez aprobada la ley, te aseguro que nadie va a ir a
preguntarte.
Como siempre, detrás de las cuestiones
concretas se encuentra que todo es un problema de convicciones y visión del
mundo. Al final está la cuestión de qué piensas y crees sobre la vida humana,
sobre la tuya y sobre la de todos. Si para alguien el valor de la vida de una
persona no es más que su valor físico, comprendo que no sepa qué decir al
enfermo que no está a gusto con ella y prefiere acortarla o a quienes quieran
introducir una ley que permita la muerte de quien no considere que su vida vale
algo. Si alguien cree que la vida humana no es más que vida biológica, entonces
la salvación, la felicidad y el sentido se reducirán a la salud, a la comodidad
y al cumplimiento de sus deseos. Y la limitación física señala un punto final.
Pero si para alguien la vida en la Tierra no es la totalidad de la vida
de la persona y que su valor no se cifra sólo en sus capacidades físicas o en su
estado de salud; si sabes, como los cristianos, que después de la muerte
biológica en la
Tierra hay la
Vida, que Jesucristo ha vencido a la muerte y ha resucitado y
que precisamente por eso quienes quieren seguirle en la Tierra saben que resucitarán con sus
cuerpos y que les espera una dicha sin fin; entonces, sí que puedes decir que no
quieres la eutanasia para ti ni para nadie. Que la enfermedad y el sufrimiento
son malos, y más mala aún es la muerte, pero que enfermedad, sufrimiento y
muerte no es el final de todo. Si sabes que una persona vale más que su estado
de salud y que su vida debe ser protegida, tanto física como espiritualmente,
siempre y en todos los casos. Protegida de la enfermedad, del sufrimiento, de la
muerte y de la eutanasia.
Los defensores de la eutanasia hablan de
luchar por introducir una ley para conseguir muertes dignas. Puedes contestarles
que prefieres luchar por una vida digna. Que lo que quieres es que nadie pueda
llegar a desear adelantar su muerte. Que en donde tendríamos que poner todos los
esfuerzos -intelectuales, económicos, políticos, mediáticos, educativos- es en
lograr que nadie, sean cuales sean sus creencias, quiera desear la muerte y que
si por desgracia la deseáramos en algún mal momento, que no tengamos a nuestro
alrededor un equipo de hombres y mujeres preparados y pagados para quitarnos la
vida, sino gente preparada para ayudarnos a recuperar la esperanza y el
sentido
Publicado en Revista Arbil Nº
86